domingo, 22 de enero de 2012

La Novena de Beethoven (versión underground)

Todos conocemos el Himno a la Alegría. Esa canción pegajosísima que muchos aman, y otros tantos detestan. Aparentemente, si te enseñan a tocar la flauta en la escuela, te lo tienes que aprender. Me pregunto a veces si el manual de la SEP tendrá esas instrucciones tan específicas para los profesores de música.
Pero esa no es la canción de la que vamos a hablar esta vez. Bueno, más bien sí. Hablaremos de esa canción 24 minutos antes de su parte más famosa. Me refiero al segundo movimiento de la novena sinfonía, del cual pocos han oído hablar, pero que muy seguramente han escuchado alguna vez en su vida. Tal vez lo hayan oído cuando vieron la Naranja Mecánica, pues éste es el tema que aparece durante la primera sesión de lavado de cerebro.

Pero cuando tenía 11 años, no había visto la Naranja Mecánica. No es que mis papás no me dejaran verla, pero mi experiencia anterior con las películas de Stanley Kubrick había sido bastante mala. Me había quedado dormido tanto en Odisea 2001 como en El Resplandor. Así que no quería ver la Naranja Mecánica. ¿Cómo fue, entonces, que la escuché por primera vez?

Simple. Era una de las canciones de prueba en Windows XP. Ésa y una canción de jazz de cuyo nombre no me puedo acordar. Y en un mundo donde las conexiones de internet corrían todavía a 128 kbps, los mayores placeres de la computadora eran Paint, el Bloc de Notas y Pinball. Claro que eso no bastaba. Entonces buscaba entre los archivos hasta llegar a Música Predeterminada. La escuchaba sin parar mientras buscaba otra cosa que hacer con la computadora. No sabía qué era una sinfonía, ni que ésta había sido su última composición antes de morir. No comprendía aún la leyenda del genio alemán, que había compuesto 72 minutos de la mejor música del mundo completamente sordo. Tan sordo era, que el concertino tuvo que voltear a Beethoven al público, para que pudiera ver la gran ovación que éste le dedicaba en la presentación ante el teatro Kärtnertor, y que obviamente no podía escuchar. Ni me imaginaba que esas palabras incomprensibles que cantaba el coro  habían sido escritas por otro genio, Schiller, y que eran una oda a la alegría, a la hermandad entre los hombres y al nuevo y brillante mundo que estaba por venir. Pero era una gran canción, siempre lo ha sido. Sinceramente creo que ésta es una de los pocos fragmentos musicales que puede gustarle a todo mundo, sin importar edad, raza, país de origen o credo religioso. Es impetuosa, infantil y alegre. Como muchos buenos momentos de la vida. 
Después, mucho después, escuché el famoso cuarto movimiento. Y aunque debo admitir que ese me gusta muchísimo más, nada puede superar la emoción ingenua que sentí al descubrir a un genio sin saberlo, como lo hice a los once años de edad.

Maximiliano Fernández Bretón

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